Tenía tanta
hambre, tanta y comía tanto y todo me sabia a nada y todo se quedaba ahí, atorado
en mi garganta sin poderlo tragar y ese miedo de que me hiciera daño.
Y no entendía
por qué entre más comía mi hambre era tan grande y ese hueco, ese espacio
dentro de mí se hacía más profundo y más oscuro y vacío y más insaciable, ese
hueco en mis manos, en mis labios, en mi voz, en mi piel.
Y de pronto
estabas ahí, delicioso, mirándome, expectante, como la galleta de Alicia, la
galleta que decía “Cómeme”, y pensaba que no podía comerte, que ya estabas en
la boca de alguien más que te mascaba, como un chicle sin sabor, como un
pedacito de plástico que uno se mete entre los dientes para sentir algo en la
boca.
Y salivaba,
y mi boca era un mar, mi boca, mis manos, mis ojos, mi cuerpo era un mar que
salivaba al pensar en tu sabor, en probarte, y sabía que era un sabor embriagante,
delicioso, espeso, que invadiría mi lengua, un sabor dulce, a fresas, a
chocolate, a café con un toque de crema irlandesa, y no necesitaba azúcar, ni
miel, ni leche, ni nada.
Y mi cuerpo
se hizo agua, se hizo miel, se hizo leche, se hizo café, se hizo una golosina.
Y ahora soy
insaciable de tu sabor, de tus besos, de tus manos, de tus ojos, de tu voz, de
los trazos en tu cuerpo.
Y ahora
tengo hambre, tanta hambre de ti, tanta hambre que se satisface, que se llena
que se rebasa, que se convierte en una glotonería de tu cuerpo, que me hace sentirme
tan satisfecha, tan agotada de comerte y tan hambrienta de tí .
Glotona que
soy…